Abrí los ojos y los vi a todos suspirando con esperanza. Bennu seguía firme, pero su rostro había perdido algo de dureza. Horacio tenía los ojos iluminados y llenos de felicidad. Y allí, en ese momento, entendí que no podía seguir paralizado. Fue entonces cuando escuché al delta sugerir:
—¿Por qué no le dices a la Luna que le ordene que se deje marcar? Con el conjuro de sumisión lo permitirá. —¡No, Horacio, no voy a hacer eso! No voy a abusar ahora que tiene el conjuro de sumisión —me opuse con vehemencia y cambié de tema—. Es impresionante que los cachorros del alfa nos hayan quitado tan fácilmente el conjuro, ¿verdad? —¡Sí! ¡Muy impresionante! Son muy poderosos ahora que están en el vientre de su madre. No quiero ver lo que podrán hacer fuera cuando nazcan —come