Todas nos pusimos de pie, pero tuvimos que cruzar un puente colgante que estaba rodeado de plantas que formaban un túnel.
—¡Yo por ahí, ahora con el miedo que me metieron ustedes, no voy a salir! —dice Antoni, asustada. En ese instante, un movimiento sutil pero innegable llamó nuestra atención. Las enormes dionaeas se movían, pero no de una manera natural; no era el vaivén casual de las plantas ante el viento. No, era algo intencional, sigiloso... depredador. —¡Oh, por los ancestros! —exclamó Julieta, retrocediendo al entender al fin lo que yo había sentido desde el principio—. ¡Esas cosas nos están rodeando! —¡Vamos a teletransportarnos, chicas! —les pidió Neiti—. ¡Son plantas carnívoras! ¡Mírenlas allí! ¡Meryt, lánzales un rayo! —&