Julieta bajó los ojos un instante, como si la simple mención de su partida fuera un recordatorio en carne viva de lo que estaba por venir. "Mañana", pensó, sintiendo cómo la palabra le pesaba como una losa en el pecho. Era el final de su tiempo allí, pero no necesariamente el comienzo de algo mejor.
—¿Mañana? —murmuró para sí, más que para Horacio, aunque lo suficientemente alto como para que él alzara las cejas en respuesta. —Sí, mañana —confirmó él, con esa calma serena que a veces la asustaba, como si nada pudiera sacarlo de su eje. Julieta sintió un peso extraño hundiéndose aún más en su pecho. Miró a Horacio, quien estaba lo suficientemente cerca para que ella pudiera ver cada detalle de su rostro: esos ojos que parecían saber demasiado, esos labios que muchas