CAPÍTULO 64 — El nombre que no debía decirse
Alex estaba esperando a Estela. Él había ordenado un poco el lugar antes de su llegada: encendió una lámpara cálida en el salón, acomodó los cojines del sofá y dejó una botella de vino blanco enfriándose en una cubeta de hielo.
No quería repetir la experiencia de la última vez —aquella cena en el restaurante rodeada de flashes, preguntas y cámaras indiscretas—. Desde entonces, había decidido mantener su relación con Estela lejos del ojo público.
El timbre sonó con un tono suave. Alex se levantó y fue a abrir.
— Hola, cariño —saludó Estela con una sonrisa encantadora.
Como siempre, estaba impecable: un vestido negro ajustado que resaltaba su figura, el cabello suelto cayendo en ondas perfectas, y un perfume dulce y envolvente que llenó el aire en cuanto cruzó la puerta.
— Hola, Estela —respondió él, besándola en la mejilla—. Pasa, estás preciosa.
— Gracias —dijo ella con un leve guiño—. Qué gusto verte sin el caos de los periodistas.
— Créem