Regresó sola.
Las estrellas parecían más lejanas que nunca, como si el cielo también se negara a mirar. El viento arrastraba las hojas con un susurro inquietante, como si la naturaleza huyera de algo invisible. Soledad caminaba con paso firme, pero por dentro… estaba hecha añicos. Su pecho dolía de una forma que nada podía calmar. Un dolor que hervía como lava bajo tierra, esperando su momento para estallar.
Había fallado.
No pudo matarlo. Aquel desgraciado seguía respirando… por culpa de Elian. Por no verla. Por no creerle. Por protegerla.
Jennifer se había salido con la suya otra vez. La humilló. Le robó la paz. La puso de rodillas frente a todos. Pero esta vez fue distinto. Esta vez, algo dentro de Soledad no solo se quebró… despertó.
No fue al pueblo. No buscó consuelo. Se dirigió a la cabaña. Su refugio. Su infierno. Entró por la ventana, como si ya no se sintiera dueña ni de la puerta. Apoyó los pies en el suelo, y en ese instante, algo vibró dentro de ella. Esa escena… esa