Un juego peligroso (2da. Parte)
Al día siguiente
Londres
Ronald
Siempre supe que, si quería resultados reales, contundentes, debía arrancarme los escrúpulos como si fueran una piel vieja. En este juego no hay lugar para la conciencia, ni para la moral. ¿Piedad? Es para los mediocres. ¿Empatía? Para los que pierden. Yo nací para ganar, y si eso implicaba manipular, traicionar, mentir o empujar a alguien por las escaleras... que así fuera. Porque este mundo no se mueve con bondad. Se mueve con poder. Con control. Y yo aprendí desde muy joven que solo los tiburones llegan a la cima; el resto se pudre en el fondo con sueños rotos y excusas en la boca.
En los negocios no hay amigos. Hay peones, hay herramientas. Hoy alguien puede sentarse a mi mesa, brindar conmigo y compartir un maldito habano. Y mañana, ese mismo idiota puede ser mi rival, un cadáver empresarial o el chivo expiatorio perfecto. Todo depende de lo útil que me sea.
¿Lealtad? ¿Honor? Palabras para discursos baratos, adornos para idiotas que necesitan dormi