Dueles (3era. Parte)
Al día siguiente
Londres
Rachel
Dicen que hay una delgada línea entre la confianza y la estupidez… pero nadie te enseña a identificarla hasta que la cruzas. Lo complicado no es confiar, lo complicado es no saber cuándo retroceder, cuándo avanzar, cuándo mandar todo al carajo. Porque, seamos honestos, en esta vida rara vez hay certezas. Nos movemos a tientas, como ciegos con el alma rota, siguiendo instintos que a veces solo nos conducen al desastre.
Y yo, como idiota, seguí al único instinto que me quedaba: el corazón. Ese maldito traidor que me empujó directo a los brazos de quien hoy podría hundirme sin pestañear. Así que ya no. Ya no escucho a mi corazón. Ya no le creo a mis impulsos. Ahora observo. Callo. Respiro hondo y evalúo. Porque aprendí a golpes, con la cara contra el suelo, que confiar sale caro. Y que cuando se rompe la confianza… no hay vuelta atrás.
Pero me tragué mi orgullo ante la realidad estaba encerrada en una celda asquerosa, sin derechos, con un idiota como aboga