El hombre continuó detrás de ellos, sin apresurarse. En un momento dado, se detuvo frente a una vitrina, fingiendo observar la exhibición de relojes. Pero apenas ellos reanudaron la marcha, él hizo lo mismo.
Mike entrecerró los ojos.
—Definitivamente no es casualidad.
—No aquí en Grayhaven —añadió Allyson, manteniendo su tono ligero como si hablara de cualquier banalidad—. Nadie sigue a dos desconocidos en un pueblo como este, a menos que tenga un motivo.
La tensión era palpable, pero ninguno de los dos lo mostró en su rostro. Pasaron frente a una tienda de antigüedades y Allyson decidió improvisar.
—Vamos a entrar ahí —dijo en voz baja—. Quiero ver cómo reacciona.
El tintinear de la campanilla en la puerta anunció su entrada al pequeño local. El olor a madera vieja y polvo los envolvió de inmediato. La anciana detrás del mostrador los saludó con una sonrisa cansada.
Mientras Allyson se inclinaba sobre una mesa para mirar un candelabro, Mike aprovechó el reflejo de un espejo antiguo