Ethan Voos estaba apoyado en la baranda de la escalera de la posada, como si llevara un rato ahí, sin apuro. La farola de la calle lo recortaba a medias: abrigo oscuro, manos en los bolsillos, esa calma suya que nunca sabías si era natural o un papel bien aprendido.
—Te estaba buscando —dijo, sencillo.
—¿Para qué?
—Para mostrarte algo.
No explicó más. Tampoco ella lo pidió. Sabía que con Ethan los silencios eran parte de la conversación. Deslizó la llave en el bolsillo, echó un vistazo rápido a la calle —vacía, salvo la niebla— y lo siguió.
Antes de subir al coche, envió un mensaje corto y en clave a Matthews: VOOS me cita. Ubicación desconocida. Operativa a la vista. No esperó respuesta. Ethan abrió la puerta del pasajero y ella subió.
Condujo sin prisa, el limpiaparabrisas marcando un ritmo cansado. La radio iba apagada. Grayhaven desfilaba al otro lado del cristal con sus casas de madera, sus porches dormidos y la bruma que parecía salir de las alcantarillas. Ethan no miraba el GPS