Pronto emprendieron viaje a Houston, el corazón de Hernán latía con una mezcla de agotamiento y esperanza. A su lado, Azul parecía una aparición mágica, un faro de luz en medio de su tormenta interna. Durante el vuelo, ella tomó suavemente su mano, un gesto simple, pero que para él significaba todo un mundo.
El roce de su piel contra la suya era un ancla que lo mantenía cuerdo en ese momento de incertidumbre. Cerró los ojos, tratando de calmar el nudo que sentía en el estómago.
Apenas podía tragar la comida que le ofrecían, y la fatiga se hacía más profunda con cada minuto que pasaba.
En el silencio de su mente, una oración brotó, sincera y desesperada:
«Dios, si existe alguna oportunidad para mí, te lo suplico, déjame quedarme. Si puedo, juro que haré feliz a Azul para siempre. Pero si este no es mi destino, solo te pido que ella no sufra, que encuentre la felicidad, aunque sea sin mí, y que nuestro hijo tenga una vida llena de amor.»
Una lágrima solitaria rodó por su mejilla y Azul l