Bruno no tardó en hacer su aparición, su presencia arrolladora como siempre.
Sonrió con una falsa amabilidad y se acercó a Anahí, quien no pudo evitar sentirse incómoda por la forma en que él parecía medirla, como si estuviera evaluando cada uno de sus movimientos.
Él no solo era su jefe, sino alguien que tenía el poder de decidir su futuro en la empresa. Sin embargo, algo en su mirada le decía que no debía confiar en él, a pesar de las sonrisas y el tono amigable de su voz.
—Parece que conoces bien al señor Hang —comentó Bruno, su voz suave y cargada de una ligera curiosidad.
Anahí levantó la vista, estudiándolo con cautela.
—Bueno... —respondió, su voz clara, pero sin una pizca de confianza—. Somos conocidos. Y el señor Hang es un gran empresario, pero creo que conozco mejor a la madre de sus hijos.
Bruno asintió con una sonrisa
—¿Sabes? No he podido conseguir que un socio nos firme un incremento de compra. Se ha vuelto difícil para mí. ¿Te gustaría ayudarme con eso? —preguntó Bruno,