Casi cuatro meses después.
«Darina despertó lentamente en el viejo colchón que había logrado conseguir, hundida en el rincón más solitario de su habitación.
El aire estaba denso, lleno de una quietud opresiva, como si el mundo entero hubiera dejado de moverse.
Cada mañana era un desafío, cada movimiento, una batalla.
El peso de su vientre, abultado por los trillizos que esperaba, la hacía sentir como si el universo entero presionara sobre ella, a punto de romperla.
A pesar de todo, había perdido mucho peso durante el embarazo.
La vida dentro de ella parecía exigirle más y más, pero su barriga seguía creciendo, se estiraba sin descanso, recordándole constantemente lo que estaba por venir.
Se sentó lentamente en la cama, su cuerpo agotado, como si la energía misma la hubiera abandonado.
Había luchado tanto para llegar hasta aquí, para poder pagar el hospital y asegurarse de que sus hijos nacieran por cesárea.
A veces, al mirar su reflejo en el sucio espejo de la habitación, no pod