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Anahí apenas pudo contenerse.Ver a esa mujer semidesnuda, cubierta apenas por una toalla y sonriendo con arrogancia, fue como recibir una bofetada en el alma.Sin pensar, empujó a la mujer a un lado y cruzó la entrada del Penthouse.No pidió permiso. No lo necesitaba.Tenía que verlo con sus propios ojos.Su corazón golpeaba con fuerza, cada latido era una puñalada.Caminó por el elegante pasillo, sintiendo que el aire se volvía más denso, como si la casa misma la estuviera empujando a salir. Pero no lo hizo.Empujó la puerta del dormitorio... y allí estaba.Alfonso Morgan, el hombre que le prometió amor, futuro y una familia, yacía casi desnudo en la cama. Su cuerpo apenas cubierto por una sábana arrugada, rodeado de botellas de vino vacías.Su rostro plácido, dormido… ajeno a todo.Anahí se quedó congelada por un instante. Era como si el mundo se hubiera detenido. Un zumbido llenó sus oídos. No podía creerlo. No quería creerlo.La mujer apareció detrás de ella, apoyándose con descar
Anahí se levantó de la banca con el corazón aún oprimido por el dolor. Sus piernas temblaban, como si la fuerza hubiera desaparecido por completo de su cuerpo.Bruno, siempre atento, también se incorporó.Sus ojos seguían fijos en ella, como si en su mirada buscara una respuesta, una señal de esperanza, de redención.—Debo pensarlo... —susurró Anahí, evitando su mirada—. Necesito volver con mi hijo. Me necesita más que nunca.Bruno asintió lentamente, pero antes de que ella pudiera alejarse, tomó con suavidad su mano temblorosa.Sacó el anillo de su bolsillo y, sin pedir permiso, lo deslizó con delicadeza en su dedo.—Por favor… —dijo con voz queda—. Úsalo. Si al final decides que no, igual será un regalo. Pero al menos, llévalo contigo por ahora.Anahí lo miró perpleja. El frío del metal en su piel se sentía como una carga inesperada.No supo qué decir. No podía pensar con claridad. Aquel día había sido un torbellino de emociones imposibles de procesar.Así que simplemente se dio la v
—¡No lo hice! ¡Te juro que no lo hice! ¡Jamás la engañaría!La voz de Alfonso se quebró mientras trataba de alcanzarla con la mirada, pero Azucena, en medio del dolor y la furia, alzó la mano y volvió a abofetearlo con fuerza.El golpe resonó como un eco de su decepción.—¡No me mientas, maldita sea! —gritó ella, con los ojos llenos de rabia—. ¡Vi a esa mujerzuela salir de aquí! ¡La vi! ¿También vas a negarlo?Alfonso se llevó la mano a la mejilla adolorida. Su corazón latía tan rápido que le costaba respirar. Tragó saliva.—Madre… no sé quién era. ¡Te lo juro! Yo no la invité. No pasó nada, no hice nada.—¡No me hables como si fuera estúpida! —rugió ella—. ¡Tú sabes perfectamente lo que hiciste! ¡Esa mujer estaba semidesnuda, Alfonso! ¿Y quieres que crea que fue una coincidencia?Él no respondió.En su mente, todo era confusión. Había tomado una copa, sí, pero no recordaba nada. Y lo peor: Anahí ya lo sabía.Se vistió a toda prisa, tropezando con sus zapatos, con el alma hecha trizas.
Pronto, Azucena se fue, dejando tras de sí un silencio que pesaba como plomo en el pecho de Anahí.El corazón le temblaba, sus manos frías apretaban el borde de la mesa como si así pudiera sostenerse, pero por dentro sentía que se quebraba.No podía creer lo que acababa de pasar, no podía creer que todo se estuviera desmoronando tan rápido.Pero lo que más le dolía, lo que verdaderamente la asfixiaba, era Alfonso.Su rostro, su voz, su risa, incluso su olor… seguían grabados en su mente.Y junto a esos recuerdos dulces, venenosos y constante, estaba la idea de que él la había traicionado. No podía apartarla. Esa herida latía dentro de ella como una llaga abierta, como un cuchillo mal sacado. ¿Cómo había podido? ¿Cómo había sido capaz de arruinar su supuesto arrepentimiento?Las horas se deslizaron con lentitud insoportable.Cada minuto era un peso, cada segundo, una punzada en el alma.Cuando al fin se acercaba la hora de marcharse, Anahí tomó su bolso con la esperanza de huir, aunque
Anahí estaba destrozada, llegaron hasta el colegio de Freddy, pero los pensamientos de Anahí estaban embrujados de rencor y dolor.Su mirada se perdía entre los espacios vacíos del jardín mientras las lágrimas se deslizaban silenciosamente por su rostro.Bruno la observaba desde unos pasos atrás, con los brazos cruzados y una sonrisa apenas perceptible en sus labios.No era una sonrisa amable. Era la mueca retorcida de quien se siente triunfador en medio del dolor ajeno.Él sabía cuánto le dolía.Había presenciado cómo su mundo se derrumbaba una y otra vez por culpa de ese hombre al que aún amaba. Y, aun así, se alegraba.“Esta tonta… mientras más siga creyendo en mí, peor le irá, no debo dejar que crea en ese imbécil de Alfonso, por eso, tengo un golpe final”, pensó con crueldad, disfrutando en silencio de su aparente victoria.Cuando Anahí llegó por su hijo, trató de recomponerse, de borrar el rastro de su tristeza.Pero Freddy, con su pequeña alma sensible, lo notó de inmediato.—M
Anahí se acercó a él con pasos temblorosos, pero decididos.Sus ojos estaban anegados en lágrimas, pero su rostro no mostraba debilidad, sino una mezcla peligrosa de tristeza contenida y orgullo herido.El portón de la mansión se abrió con un crujido metálico, y por un instante, Alfonso creyó que aún había algo de piedad en su corazón, una puerta entreabierta hacia la redención.—¡Escúchame, Anahí! —suplicó él, dando un paso al frente.—Habla —respondió ella con voz firme, sin apartar la vista—. Tienes pocos minutos.Pero el destino, cruel y preciso como un verdugo, no le dio tiempo.Un taxi frenó de golpe frente a ellos. La puerta se abrió y descendió una mujer vestida con ropas ajustadas, su cabello suelto alborotado por el viento, los labios rojos como el pecado. Anahí sintió que el suelo bajo sus pies se resquebrajaba. La reconoció al instante. Era la misma mujer que había visto con Alfonso. Aquella imagen fugaz que se le había quedado clavada como una espina en el corazón.El mund
Al día siguiente, la mañana trajo consigo un aire distinto. Había algo denso, algo que dolía incluso sin nombrarse.Bruno llegó temprano. Tocó la puerta con decisión, y cuando Anahí salió a recibirlo, se quedó mirándola en silencio. Ella lo observó por un largo instante. Sus ojos estaban apagados, sin el brillo de otras veces. Aun así, asintió con suavidad, como si esa decisión no naciera del corazón, sino del cansancio.—Voy a casarme contigo este fin de semana, Bruno —dijo al fin, con voz firme, aunque por dentro se le quebraba el alma.Los ojos de Bruno se iluminaron como un niño al recibir su regalo más deseado.Se levantó de golpe, y su sonrisa se estiró de lado a lado. Abrió los brazos y la abrazó con fuerza.—¡Anahí! ¡Yo te amo! Te juro que seré el mejor esposo para ti... y el mejor padre para tu hijo. No te voy a fallar. Nunca.Ella sonrió apenas, asintió otra vez, pero algo dentro de ella se resistía, como una parte rota que gritaba en silencio. El abrazo de Bruno, en lugar de
Hermes estaba frente al espejo, ajustándose la corbata, el rostro serio y distante. La boda de Anahí no era algo que le trajera alegría, pero sabía que debía estar allí, como testigo, por la amistad que los unía. La decisión no fue fácil, y aunque por dentro se revolvía, la lealtad a la mujer que había estado en su vida desde hacía años lo mantenía firme.Su mente se perdía entre pensamientos confusos y fragmentados. El simple hecho de pensar en esa boda lo incomodaba profundamente.Lo lamentaba por Alfonso.Cuando sus dedos rozaron el teléfono en el bolsillo de su chaqueta, casi ni lo notó. Fue el sonido de la vibración lo que lo hizo reaccionar, y al instante, su jefe de guardias apareció en la pantalla.—¡Señor Hang! ¡Tenemos una noticia urgente! Alondra por fin reveló quién es su cómplice y su amante —la voz de su subordinado sonaba urgente, tensa.Una corriente de tensión recorrió su cuerpo.Hermes sentía como si el aire de la habitación se hubiera espesado, como si algo en su int