El día de la boda
El día amaneció con una luz suave, casi tímida, como si incluso el sol supiera que algo sagrado estaba por ocurrir.
En una de las habitaciones de la casa, Darina permanecía sentada frente al espejo, mientras unas manos expertas le arreglaban el cabello y le colocaban el velo con delicadeza.
El vestido blanco, sencillo, pero elegante, se ceñía a su figura como si hubiera sido hecho para ella desde antes de nacer.
Cuando el último broche fue puesto, y la maquilladora dio un paso atrás, Darina se miró al espejo.
Por un momento se quedó sin aliento.
No solo era la belleza reflejada en el cristal, era la mujer que había sobrevivido al dolor, al abandono, a la culpa, a los juicios y a la pérdida.
Pensó en su madre, se preguntó si estaría feliz por ella, si estaría orgullosa de la madre en que se convirtió.
Era la mujer que se había levantado cuando nadie lo esperaba. Por primera vez en mucho tiempo, se vio con nuevos ojos. Se vio digna. Se vio capaz. Sonrió.
Nunca pensó que