Anahí se levantó de la banca con el corazón aún oprimido por el dolor. Sus piernas temblaban, como si la fuerza hubiera desaparecido por completo de su cuerpo.
Bruno, siempre atento, también se incorporó.
Sus ojos seguían fijos en ella, como si en su mirada buscara una respuesta, una señal de esperanza, de redención.
—Debo pensarlo... —susurró Anahí, evitando su mirada—. Necesito volver con mi hijo. Me necesita más que nunca.
Bruno asintió lentamente, pero antes de que ella pudiera alejarse, tomó con suavidad su mano temblorosa.
Sacó el anillo de su bolsillo y, sin pedir permiso, lo deslizó con delicadeza en su dedo.
—Por favor… —dijo con voz queda—. Úsalo. Si al final decides que no, igual será un regalo. Pero al menos, llévalo contigo por ahora.
Anahí lo miró perpleja. El frío del metal en su piel se sentía como una carga inesperada.
No supo qué decir. No podía pensar con claridad. Aquel día había sido un torbellino de emociones imposibles de procesar.
Así que simplemente se dio la v