Al día siguiente.
Cuando Hermes despertó, la sensación de lo sucedido la noche anterior todavía lo envolvía, un torbellino de deseo y culpa.
Por un momento, pensó que todo había sido un sueño, una fantasía más placentera de su mente atormentada, pero no.
Darina estaba ahí, dormida a su lado, su cuerpo cubierto por las sábanas, su respiración tranquila.
La miró con una mezcla de adoración y preocupación.
Era hermosa, perfecta en su vulnerabilidad, y en su corazón, ella se había convertido en una diosa.
Sonrió, tocando suavemente su mejilla, y luego, sin hacer ruido, se levantó de la cama. Se puso los pantalones con rapidez; el tiempo no era su aliado.
Debía llevar a los niños a la guardería, preparar el desayuno, y cumplir con sus responsabilidades.
Pero justo cuando se disponía a levantarse de la cama, la puerta se abrió de golpe.
Fue Rossyn, la pequeña, quien irrumpió en la habitación, frotándose los ojos somnolientos, abrazada a su inseparable osito de conejo.
La niña lo miró confund