Los ojos de Alfonso temblaron con un atisbo de dolor y tristeza.
No podía comprender cómo había llegado a este punto.
Miró a Anahí con rabia, pero también con una profunda herida en el alma, como si ella fuera la culpable de que su hijo ya no lo quisiera. Como si ella hubiera hecho algo para que todo se desmoronara.
El pensamiento de perder a Freddy lo devastaba por dentro, pero su orgullo era más grande que su dolor.
—Mañana ve a trabajar, Anahí. Hablemos de esto, pero no me hagas perder la paciencia. No me culpes si soy despiadado. —Su voz era baja, gélida, una amenaza que no necesitaba ser dicha en voz alta para entenderse.
Y con esas palabras, él salió de la habitación, dejando una estela de desolación a su paso.
Anahí, con el corazón latiendo en un ritmo frenético, abrazó a su hijo.
Freddy sollozaba en su pequeño pecho, y ella, con el alma rota, se forzó a ser fuerte.
No podía permitir que su dolor lo afectara más.
Se apresuró a llevar al niño a la cama, acurrucándose junto a él,