Alfonso tomó la mano de Anahí con suavidad, como si temiera romperla, y la guio hasta la mesa decorada con pétalos de rosa y luces cálidas.
Se sentaron frente a frente, envueltos en la intimidad del camarote con la vista más hermosa del mar.
El vaivén suave del crucero parecía marcar el ritmo de sus latidos, mientras una botella de vino tinto esperaba, descorchada, entre ellos.
Un camarero apareció en silencio, sirviendo la cena con elegancia. Todo había sido cuidadosamente planeado. Alfonso casi no probó bocado, sus ojos no se apartaban del rostro de Anahí. Ella, tímida, bajaba la mirada entre bocados, aunque sentía que su corazón se encendía con cada palabra no dicha.
Finalmente, él habló, con una voz profunda, teñida de emoción.
—Te amo, Anahí —dijo, tomándole la mano otra vez—. Y quiero hacerte feliz. Ese es mi único deseo por el resto de mi vida.
Ella lo miró, sorprendida por la firmeza de su voz. En sus ojos, había un temblor. Algo que llevaba tiempo guardando.
¿Y si volvía a sa