EMPRESA MORGAN
La tensión en la sala de juntas se podía cortar con un cuchillo.
Los empleados, alineados alrededor de la mesa de caoba, hablaban en murmullos nerviosos, preguntándose cuál sería el siguiente movimiento de Alfonso Morgan, el dueño de la empresa.
Él, como siempre, entró con paso firme y rostro impenetrable.
Alfonso se detuvo al frente, mirando al ventanal que dejaba ver la ciudad desde las alturas. Tomó aire, cerró los ojos un instante y, con una seriedad que heló la sangre de algunos, luego se giró a verlos, habló:
—He tomado una decisión importante —su voz retumbó como un eco solemne—. Como muchos de ustedes saben, el gerente de Recursos Humanos fue despedido la semana pasada. Después de evaluar nuestras opciones y pensarlo a fondo, ya he decidido quién tomará ese lugar.
Las miradas se cruzaron.
Algunos susurraron nombres posibles, otros simplemente esperaban.
Anahí Solís, sentada cerca de la esquina, tenía los ojos fijos en la mesa. No imaginaba lo que venía.
Alfonso s