Alexis y Sienna llegaron a la clínica con el corazón encogido.
El edificio era extraño, grande y silencioso, con paredes de un blanco impecable que parecían absorber todo sonido.
Cada paso que daban en el pasillo resonaba demasiado fuerte, recordándoles lo frágil que podía ser la vida.
Sienna miró alrededor, la incomodidad dibujada en su rostro.
—¿Por qué no está en una clínica mejor? —preguntó, su voz baja, cargada de duda.
—¡Aquí hay un doctor de confianza, Sienna, es una eminencia! —respondió Tessa, con un hilo de nerviosismo que no podía ocultar—. Solo aquí… solo aquí podemos salvarla.
Sienna no replicó. Su mirada se perdió por un momento en el suelo, en la textura fría de los azulejos.
Cada paso que daban la hacía sentir un nudo en el estómago.
Entraron lentamente, casi como si cada segundo contara, y pronto el doctor permitió que los vieran.
Antes de acercarse, tuvieron que colocarse ropa médica; batas azules, gorros y mascarillas que no podían ocultar la tensión que llevaban de