POV Jesús.
La pantalla de mi computadora muestra los archivos que Alberto intentó modificar. Los números no mienten. Los registros de acceso tampoco. Cada clic, cada cambio, cada intento de sabotear el proyecto de Camila queda registrado con una precisión que él, en su arrogancia, subestimó.
Mis dedos golpean el escritorio. No es la ira lo que siento primero, sino una fría certeza.
Alberto Martínez ha cometido su último error en esta empresa.
El ascensor hasta el área de arquitectura parece moverse más lento de lo habitual. Los empleados que me ven pasar apartan la mirada rápidamente. Saben reconocer la tormenta que se avecina.
Alberto está en su escritorio, sonriendo como si no hubiera manchado su carrera por una venganza infantil. Se pone de pie cuando me acerca, esa sonrisa estúpida aún en su rostro.
—Señor Mendoza, qué honor.
—Recoge tus cosas— interrumpo, manteniendo la voz baja pero letal—. Tienes diez minutos para salir del edificio.
Sus ojos se ensanchan.
—¿Qué?