No dormí en toda la noche.
Después de que Serafina se retiró al Penthouse, Damián la siguió.
—Necesita a alguien que la cuide. —Fue la única explicación que me dio.
Me quedé en nuestro apartamento vacío, con el recuerdo de esa marca y su aroma repitiéndose una y otra vez en mi mente.
La grieta en nuestro vínculo latía, un recordatorio constante y doloroso.
Entonces lo entendí.
Tres semanas atrás.
Aquella noche.
Damián había dicho que iba a atender una disputa fronteriza y no regresó hasta la mañana siguiente.
Esa noche, me quedé en la cama luchando contra oleadas de dolor abrasador que atravesaban nuestro vínculo de apareamiento.
Pensé que algo andaba mal conmigo, o que Damián había resultado herido en el conflicto.
Solo suspiré aliviada cuando por fin volvió.
Su ropa tenía un tenue aroma a hojas de laurel.
El incienso sagrado que solo se quema durante un Rito de Apareamiento.
Incluso le pregunté:
—¿Fuiste al Bosque Sagrado?
—Solo pasé por ahí. —Respondió.
Jamás se me ocurrió que me traicionaría. Que traicionaría nuestro destino.
Ahora lo comprendía.
Ya había marcado a Serafina esa noche.
Y yo, como una tonta, había estado aquí preocupándome por su seguridad.
Al amanecer, mi teléfono vibró.
Un correo electrónico cifrado.
Remitente: El Gremio de Sanadores de Laurel.
“Estimada señorita Isla: la invitamos formalmente a participar en nuestra iniciativa de investigación sobre Energías Vitales Antiguas. Este es el más alto honor para un sanador y el lugar perfecto para desarrollar sus talentos. Si está interesada, esperamos su respuesta en el transcurso de la semana.”
Me quedé mirando la pantalla.
Era la oportunidad con la que había soñado toda mi vida.
También era mi única salida.
Damián entró justo cuando estaba guardando mis cosas.
—¿Qué estás haciendo?
—Empacando mis hierbas. —Dije sin mirarlo. —Ya que el Penthouse tiene una nueva ocupante, no quiero estorbar.
—Isla, escúchame…
—No hay nada que decir. —Me puse de pie y lo miré directamente a los ojos. —La ceremonia de apareamiento, —afirmé con una calma peligrosa, —se cancela.
El color se desvaneció del rostro de Damián.
—No puedes hacer eso.
—Sí puedo. —Respondí, volviendo a mi equipaje. —Me niego a unirme a un Alfa que ya ha marcado a otra.
—Te dije que es temporal. —Gritó, agarrándome del brazo. —¡Le quitaré la marca en un mes!
—¿Y después qué? —Lo aparté. —¿Crees que volveré a confiar en ti?
El dolor cruzó por sus ojos.
—Se está muriendo, Isla. No puedo quedarme de brazos cruzados viéndola morir.
—¿Por qué? —Exigí. —¿Porque le debes algo? ¿Qué le debes?
Damián guardó silencio, con los labios apretados en una línea fina.
—Si no me lo dices, no tenemos nada de qué hablar. —Dije, caminando hacia la puerta.
—¡Espera! —Se apresuró tras de mí, su imponente figura cayendo de rodillas frente a mí. —Te prometo que, en un mes, te daré la ceremonia más grandiosa que este continente haya visto. Todas las manadas de Norteamérica estarán allí para presenciarla.
Lo miré desde arriba, arrodillado.
No sentí lástima, sino una amarga sensación de absurdo e injusticia.
¿Nuestros cinco años juntos, nuestro vínculo destinado, iban a terminar por una mentira?
¿Iba yo a rendirme tan fácilmente?
En ese momento de vacilación, las puertas del ascensor se abrieron.
Serafina salió.
Al ver a Damián de rodillas, una fugaz y triunfante sonrisa se dibujó en sus labios.
Se acercó directamente a mí y, de forma deliberada, me entregó una carpeta.
—Isla. —Dijo con voz suave. —Sé que también eres sanadora. Este es mi informe médico. ¿Podrías revisarlo? La energía Alfa de Damián es tan poderosa… Me he estado recuperando muy bien desde la marca, pero… ha habido un efecto secundario inesperado. Estoy un poco asustada.
Tomé el informe y mis ojos recorrieron los datos.
Como sanadora de primer nivel, detecté la discrepancia de inmediato.
Seis semanas de embarazo.
Pero Damián había realizado la marca hacía menos de tres semanas.
Las fechas no coincidían.
Levanté la mirada, fría, y le devolví el informe a Damián.
—Felicidades. —Dije con voz helada. —Parece que este “efecto secundario” comenzó mucho antes de la “marca temporal”.
Sin mirar de nuevo su rostro lleno de sorpresa y preguntas, regresé a mi habitación.
Me quedé mirando el calendario, al círculo rojo brillante alrededor de la fecha de nuestra ceremonia de apareamiento.
Ahora era mi fecha de partida.
La cuenta regresiva: trece días.
Abrí mi computadora portátil y presioné “Responder”:
—Acepto su invitación.