La mañana llegó más rápido de lo que Isabella habría querido. Apenas había dormido. Después de enviarle ese mensaje a Marcos la noche anterior, esperó durante horas una respuesta que nunca llegó. Su celular seguía en silencio, y con cada minuto que pasaba, el vacío en su pecho crecía. Finalmente, el agotamiento la venció y se quedó dormida con el teléfono en la mano.
Al despertarse, tenía los ojos hinchados y el cuerpo pesado, pero aun así se obligó a arreglarse. No quería que nadie notara que algo estaba mal. Se maquilló con más cuidado de lo habitual, disimulando el cansancio en su rostro, recogió su cabello con elegancia y eligió un conjunto impecable, sobrio pero profesional. Como si la ropa pudiera ayudarla a sostenerse.
Llegó a la empresa puntual, como siempre. Saludó a los guardias, subió por el ascensor con otros empleados que la reconocían y la saludaban con respeto, y caminó hasta su oficina con pasos seguros. O al menos lo parecían.
Se sentó frente al computador, revisó inf