Marcos reaccionó tarde. Cerró los ojos un instante. Se pasó la mano por la nuca, frustrado.
—Quiero decir… —murmuró—. Eres parte de mi equipo. De mi empresa. Eso significa que debo cuidarte. No quise decirlo de otra forma.
—¿Ah, no? —preguntó ella, con una mezcla de sarcasmo y desconcierto—. Porque sonó exactamente como si me reclamaras como tuya. Como si fuera un objeto corporativo.
—No eres un objeto.
—Entonces no te comportes como si lo fuera.
El silencio volvió, ahora más frío. Pero también más espeso.
Marcos la observó de reojo. Quería explicar lo que sentía… pero no sabía cómo sin destruir lo que aún quedaba entre ellos.
Ella respiró hondo. Sus dedos se aferraban al clutch negro que sostenía sobre el regazo. No sabía si estaba enojada… o asustada. Porque lo que le había dicho, aunque lo disfrazara de protocolo empresarial, tenía una verdad cruda y peligrosa detrás.
—No soy tuya, Marcos —dijo, esta vez con calma—. Soy libre. Trabajo contigo. No para ti. Y nadie puede marcarme com