El edificio de D’Alessio Vanguardia estaba más agitado que de costumbre aquella mañana. Desde la entrada principal, los pasillos vibraban con una energía tensa, ejecutivos caminando con el celular en mano, carpetas siendo fotocopiadas una y otra vez, asistentes nerviosos que intercambiaban notas y miradas apuradas.
En medio de todo, Isabella caminaba con paso firme, sujetando su tableta y un portafolio con los documentos que había organizado desde el amanecer. Llevaba puesto un conjunto gris oscuro que resaltaba la seriedad de su rostro. No había dormido bien —el recuerdo del desayuno con Marcos, de la forma en que él se había despedido, de la manera en que no volvió a escribirle— todo eso la había acompañado durante la noche como un eco constante.
Pero no había tiempo para emociones. Aquella jornada exigía precisión.
Al llegar al piso ejecutivo, Charlotte la esperaba en la antesala de la oficina principal, con su eficiencia habitual.
—El señor D’Alessio la está esperando —le dijo sin