El amanecer apenas despuntaba cuando Isabella bajó las escaleras con una maleta pequeña en la mano. Aquel silencio matinal le resultaba extraño. Hacía tanto que no salía de casa con un propósito real que el simple hecho de cerrar la cremallera de una maleta se sentía como un acto de valentía. Había dormido poco, y su mente no dejaba de dar vueltas sobre si aquel viaje era realmente una buena idea.
En la cocina, Sofía revoloteaba de un lado a otro con su mochila al hombro, emocionada como una niña antes de una excursión. La luz dorada del sol entraba por las ventanas, acariciando su rostro lleno de ilusión.
—¡Por fin bajaste! —exclamó Sofía con una gran sonrisa—. Pensé que te ibas a arrepentir a última hora.
—Estuve a punto —respondió Isabella, dejando escapar una risa suave mientras dejaba la maleta junto al sofá—, pero te prometí que iría contigo, ¿recuerdas?
—¡Y me alegra que cumplas! —dijo Sofía, moviéndose con entusiasmo mientras daba un último vistazo a su lista de cosas—. Va a s