Los días parecían alargarse como una sombra sin fin.
El tiempo se volvía pesado, lento, casi cruel. Isabella se levantaba cada mañana sin rumbo fijo, caminando por la casa silenciosa donde cada rincón le recordaba que su vida había cambiado de forma abrupta. Ya no tenía trabajo, ni rutina, ni fuerza para salir.
Pasaba horas mirando por la ventana, viendo cómo las hojas del jardín caían una a una, igual que su ánimo. Desde que decidió renunciar, su mundo se había reducido a esas cuatro paredes y a los recuerdos que intentaba, sin éxito, enterrar en lo más profundo de su mente.
¿Cómo volver al trabajo sabiendo que tendría que verlo?
¿Cómo volver a mirar esos pasillos donde su voz resonaba, donde cada rincón tenía un pedazo de él?
Sacudió la cabeza, intentando apartar los pensamientos que la perseguían día y noche. Había decidido comenzar de nuevo, buscar otro empleo, otro rumbo. Pero cada vez que lo intentaba, algo dentro de ella se quebraba. No estaba lista… aún no.
El sonido del timbr