La tarde había caído con un aire tranquilo, casi solemne. La luz del sol se filtraba entre las copas de los árboles del cementerio, pintando sombras alargadas sobre la tierra húmeda y los caminos de piedra. Victoria caminaba con paso decidido pero silencioso, su bolso colgando suavemente de su hombro mientras su mente no dejaba de divagar entre recuerdos y emociones.
Llegó frente a la tumba de su hermano Damián, y se detuvo un instante, dejando que el silencio y la brisa le envolvieran. El nombre grabado en la piedra fría, acompañado de las fechas 1970 – 2014, parecía llamarla, como si la misma memoria de Damián la estuviera esperando. Sus dedos rozaron la superficie pulida, y un escalofrío recorrió su espalda.
—Hombre íntegro… eterno guardián de lo justo —susurró con voz quebrada, como un eco que quería llenar el espacio vacío—. Cuánto te he extrañado…
Victoria se arrodilló frente a la tumba, dejando caer lentamente un ramo de flores blancas sobre la tierra. Sus manos temblaban, y su