Isabella estacionó el auto frente al edificio y permaneció allí unos segundos, con las manos aferradas al volante. Sentía el corazón golpearle con tanta fuerza que por un momento pensó que no podría moverse.
Respiró profundo.
Tomó su bolso, las llaves que Marcos le había dado y bajó del coche. El aire de la noche era frío, pero no logró apagar el calor que le recorría el cuerpo. Entró al edificio y subió en silencio por el ascensor. Mientras veía los números avanzar, su mente era un torbellino de pensamientos, preguntas y miedo.
Cuando las puertas se abrieron, el pasillo estaba completamente vacío. Caminó despacio, hasta detenerse frente a la puerta del apartamento.
Sus dedos temblaron cuando colocó la llave en la cerradura. Giró lentamente, y la puerta cedió con un leve clic.
El interior estaba casi a oscuras.
Solo una tenue luz, proveniente de varias velas encendidas, iluminaba el ambiente. El aroma a cera derretida y flores recién cortadas se mezclaba con el suave perfume que flota