La sala de reuniones estaba iluminada por la luz natural de la mañana que entraba a raudales por los ventanales. Isabella se mantenía firme, impecable en su postura y con la mirada clara, mientras los inversionistas italianos repasaban los últimos documentos. Todo había salido perfecto: cada cláusula revisada, cada firma colocada, y la cooperación entre ambas partes asegurada. La sensación de logro llenaba la sala, y los italianos, visiblemente satisfechos, se despedían con apretones de manos y elogios, resaltando la profesionalidad de Isabella.
Marcos permanecía a un lado, observándola en silencio. Había algo en la forma en que ella manejaba la situación que lo sorprendía y le hacía sentir orgullo y, al mismo tiempo, cierta nostalgia por todo lo que había sucedido entre ellos antes del viaje. Isabella, consciente de su mirada, no podía evitar percibir un leve cambio en él, una intensidad que la hacía respirar un poco más rápido y que la recordaba lo cerca que habían estado en otras c