Las cosas no podían ser más complicadas.
Zander se encontraba en su estudio, donde el silencio lo regocijaba por completo mientras observaba los diamantes que su secretario había logrado conseguir para él.
Justamente como tanto los deseaba: el collar de Selene era como lo imaginó, y los aretes, aquellos que había enviado a diseñar para llevarlos a juego, estaban ahí, burlándose de él.
Una relación con la que había soñado por años y ahora, al primer reto, él solo daba un paso atrás.
Su abuela tenía razón: él había encendido un fuego y ahora debía apagarlo de la nada. Un cobarde, eso era.
La anciana no lo había dicho con palabras, pero sabía que era eso lo que pensaba; y él también se veía de tal forma: un vil cobarde. Una llamada lo sacó de sus pensamientos y logró que se concentrara en la pantalla.
―¿Qué quieres? —Zander habló con un tono tajante y molesto, mientras una pequeña risa se escuchó en la línea, algo que lo irritó un poco más.
―Los he encontrado. ¿Quieres venir a desquitar