ISABELLA
Entré a la oficina, sola, para mi gran decepción ya que Sophie había sido llamada por su novio.
Mi corazón latía como loco y di un sobresalto cuando la puerta se cerró detrás de mí, sellando el destino que me esperaba.
Me equivoqué, no era una oficina, sino una especie de salón, pero con una mesa en el centro. La habitación estaba tenue, con luces rojas, pero no me impidieron ver al hombre apoyado en la pared, en la esquina derecha del fondo.
Matteo.
Mis entrañas se revolvieron con algo irreconocible.
Un escalofrío me recorrió la espalda y me quedé paralizada cuando se apartó de la pared y se acercó a mí. Su figura alta y oscura era imponente, y en su mano tenía un vaso de lo que sólo podía suponer que era alcohol.
—Estás temblando —su tono era frío. Calmado. Incluso sus facciones lo reflejaban.
Yo era todo lo contrario.
Quería desesperadamente abrazarme a mí misma, pero me contuve.
—No todos los días usas tu libertad como pago de una deuda, ¿sabes? —Me sorprendió lo firme y