Inicio / Romance / Sombras de Poder / Lo que callamos (1era. Parte)
Lo que callamos (1era. Parte)

La misma noche

New York

Claire

Error, acierto… o simplemente ceguera. No lo sé. Poner un pie en las empresas Harrington fue mi jugada más arriesgada. El plan era simple: acercarme, observar, descubrir la verdad sobre la caída de mi padre y, si era necesario, hundirlos como ellos hundieron a los Beaumont. Era mi deber. Mi venganza. Hasta que Alexander Harrington cambió todo en un parpadeo.

Aquel día llevaba un traje gris, una sonrisa medida y una identidad falsa cuando fui contratada como asistente de Victoria Harrington. Escuchaba sus instrucciones con la mente fría, enfocada… hasta que lo vi.

Alexander Harrington. Cabello castaño oscuro, ligeramente despeinado, como si detestara la perfección que su apellido imponía. Ojos verdes, intensos, penetrantes, capaces de desarmar sin decir una palabra. Y una sonrisa sutil, peligrosa, que hace que una mujer olvide por qué está ahí. Fue solo un cruce de miradas, segundos, pero bastaron para atraparme… y hacerme olvidar mi propósito real.

Nunca imaginé el peligro que se avecinaba. No sé en qué momento terminé enredada con él. Pensé que la frialdad bastaría para mantener las distancias, pero me equivoqué. Lo que empezó como un juego se transformó en algo más profundo, más real.

Y ahora estoy aterrada. Aterrada de sentir demasiado, de que mi corazón haya decidido traicionarme, de que lo que sucederá cuando descubran nuestra relación. Alexander parece no verlo… o se niega a hacerlo.

Finalmente, mi voz rompe el silencio.

—La única respuesta correcta es que lo que existe entre nosotros terminará lastimándonos. Deberíamos acabar con esto… no tiene futuro.

Él sonríe, esa calma que siempre me desarma.

—¿Y por eso te pusiste esa lencería provocativa? —dice con picardía—. ¿Pensabas tener sexo para consolarme y después clavarme el puñal dejándome, eh? —una mano va al pecho, fingiendo dolor.

—Nunca puedes tomarme en serio —replico, girando el rostro, aunque no puedo evitar sonreír.

Sus manos me rodean la cintura, firmes y suaves a la vez.

—Lo hago siempre, Claire —susurra, mirándome fijo—. Por eso me importas más de lo que puedas imaginar.

—¿Te estás declarando? —pregunto, con mezcla de ironía y miedo.

—Todavía no… —se inclina y roza mis labios—. Pero podemos empezar poniéndole una etiqueta a lo que sentimos. ¿Novios?

—¿Novios? —repito, entre incrédula y tentada.

—Traje tu helado favorito y tengo champagne para celebrar… así que no puedes negarte.

Sus labios se encuentran con los míos, esta vez con un fuego contenido y urgente. Cada roce, cada suspiro, cada estremecimiento hace que el aire se vuelva pesado, cargado de deseo. Mi corazón late desbocado, mis manos se enredan en su cuello y su cabello mientras él me atrae cerca, seguro, firme.

—¡Diablos, Alexander! —susurro, temblando—. Cómo me haces sentir…

Él ríe contra mis labios, suave y profundo, y me atrae más hacia él, imparable. Cada roce de su cuerpo me sacude, nos consume, nos envuelve en nuestra propia burbuja.

Separarnos es casi imposible, pero cuando lo hacemos, apenas un poco, mis dedos se aferran a su camisa.

—Ganaste, Alexander… —susurro, entre un suspiro y una sonrisa tímida—. Pero te advierto: no toleraré que mi novio ande coqueteando por ahí.

Él ríe bajo, rozando mi oído:

—Novia mía… no te daré motivos para que me celes. Yo soy tuyo porque…

—No lo digas aún —lo interrumpo, apoyando un dedo en sus labios—. No estoy lista para más.

Alexander me mira, sonríe apenas, y vuelve a besarme, lento, profundo, como si con ese beso dijéramos todo lo que importa. Me envuelve entre sus brazos; su calor me inunda, y me siento segura y deseada a la vez.

Nos quedamos abrazados, respirando entrecortados, compartiendo susurros y risas contenidas que no necesitan palabras. Cada roce de sus labios me hace temblar; cada caricia me deja sin aire.

—Está bien… —susurro finalmente, apoyando mi frente contra la suya, respirando agitada—. Novio mío.

Él sonríe, me aprieta un poco más entre sus brazos, y en ese abrazo cálido, entre risas suaves y respiraciones agitadas, entiendo que rendirse a él, aunque peligroso, es lo más real que he sentido.

Al día siguiente

Cada recuerdo de la noche anterior me hace sonreír, pero un sonido me sobresalta: voces desde la sala.

Me incorporo lentamente, abrazando la sábana, y me acerco a la puerta con cautela. Pego mi oído y escucho:

—Madre, no todas las mujeres son oportunistas —dice Alexander, firme y protector—. Ella es diferente.

Un escalofrío recorre mi espalda. Mi corazón late con fuerza. Paso una mano por el rostro, intentando recomponerme.

—Preséntamela y lo juzgaré por mí misma —responde Victoria, con esa autoridad que siempre intimida.

Me quedo quieta, conteniendo la respiración, escuchando, consciente de que cualquier palabra de Alexander podría cambiarlo todo.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP