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Lo que callamos (2da. Parte)

La misma noche

New York

Alexander

Necesitaba una respuesta sincera de Claire sobre su miedo, porque entre todos los muros que podían existir entre nosotros, ese era el único que no podía derrumbar sin su permiso. No se trataba de ingenuidad ni de esperar que la bomba estallara; solo quería demostrarle que mi amor era real, que cuando llegara el día de enfrentarnos a nuestras familias, nada ni nadie podría separarnos. Mientras tanto, quería seguir disfrutando de nuestra pequeña burbuja. Sentirnos libres, sin reproches, sin el peso del apellido ni los odios heredados. Solo nosotros dos. Aunque, paradójicamente, lo hacíamos en secreto.

Pensaba pasar el resto del fin de semana con ella, lejos de todo, pero la realidad golpeó a mi puerta. Literalmente. Mi madre apareció con su elegancia afilada, envuelta en un perfume que olía a control. Su mirada, tan fría como siempre, recorrió cada rincón del departamento antes de hablar.

—¡Vaya! —dije, disimulando la sorpresa—. Esto sí que es inusual. ¿Una visita sin previo aviso?

—Una madre tiene derecho a preocuparse por su hijo, ¿no lo crees? —su voz sonaba dulce, pero el tono era una orden disfrazada—. Hace noches que no vienes a cenar.

—He estado ocupado.

Ella dejó el bolso sobre el sofá, girando lentamente. Su mirada se detuvo en la bandeja del desayuno para dos.

—Ya veo… ocupado con asuntos personales.

—¿Viniste a espiarme, madre?

—Vine a recordarte quién eres. Eres un Harrington. Cada decisión que tomes afecta a todos.

—¿Ahora también lo que haga con mi vida privada entra en los negocios?

—Por supuesto, si pone en riesgo lo que nos pertenece. —Alzó una ceja, midiendo mi reacción—. Además, no me gusta ese brillo en tus ojos.

—¿Preferirías verme triste y amargado como Elizabeth? —repliqué, con una media sonrisa que apenas sostenía mi rabia.

—Alexander, no juegues con mi paciencia —dijo, y su voz bajó un tono. Cuando hablaba así, era más peligrosa que gritando—. Esa mujer solo quiere enredarte. Es una oportunidad para ella, un boleto para salir de la pobreza.

—No me creas tan estúpido como para no diferenciar a quien busca escalar de quien siente algo real.

Ella respiró hondo, conteniendo una sonrisa de triunfo.

—Ya lo hiciste con tu respuesta, hijo.

Y ese fue mi error. En segundos, estaba exigiéndome conocer a esa “mujer misteriosa”, como si necesitara validar mi elección. Intenté desviar la conversación.

—Madre, con tu insistencia solo le das relevancia a algo que no la tiene. No tengo una relación formal. No me interesa complicarme la vida con una novia controlándome. Es solo algo pasajero.

—Por tu bien, Alexander, que así sea. —Tomó el bolso, sin mirarme—. Te necesito concentrado. Y si hablas con tu padre, avísame. No logro ubicarlo.

Y ahora la puerta se cierra. El silencio cae como una losa.

Respiro hondo, intento recuperar el aire que me robó su visita. Camino hacia la habitación. Apenas empujo la puerta, la veo: Claire está junto a la ventana, mordiéndose el labio, con los ojos fijos en el piso.

—Se fue tu madre —dice en voz baja.

—Sí, al fin. —Me acerco a ella, sintiendo cómo la tensión se disuelve lentamente—. Y quiero aclararte algo: nada de lo que dije era verdad. No eres nada fugaz.

—Lo sé —susurra—. Y ese es el problema. Ella sospecha, y yo aún no estoy lista para el escándalo que vendrá cuando se entere de lo nuestro. ¿Qué hacemos, Alex?

—Mandar todo al diablo y escaparnos a una isla para casarnos —le digo, medio en broma, medio en serio.

Ella me lanza esa mirada entre reproche y ternura. Se acerca y apoya las manos en mi pecho, como si necesitara anclarse.

—Tienes suerte de que no me contagie tus locuras. Si lo hiciera, estarías en serios problemas. Tu madre movería el Pentágono para encontrarte; mi padre te acusaría de secuestro, Elizabeth te llamaría traidor, y Nicholas aprovecharía para quedarse con tu puesto.

—Suena a tragedia como lo dices —le sonrío, rozando su mejilla con los dedos—, pero yo lo llamo amor.

—Corres, Alexander. Aprende a caminar antes de hablar de matrimonio.

—Porque sigues pensando en la ruina de tu familia, ¿verdad? —murmuro—. Pero eso no tiene solución. Tu padre hizo una mala inversión y nosotros solo aprovechamos el momento. Nada más.

—Muy conveniente —responde, bajando la mirada—. Un rumor, y las acciones de los Beaumont se hunden. Y tu padre... ni señales.

—¡Claire! No hagas esto. No mezcles las cosas. No quiero discutir.

—Otra razón más para...

—Para nada —la interrumpo, tomando su mano—. No me alejes, no ahora que te has clavado aquí. —Señalo mi pecho.

Ella me mira en silencio. El aire entre nosotros vibra, cargado de miedo, deseo y algo que ni ella ni yo nos atrevemos a nombrar.

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