Alejandro llevaba a Lucía en brazos hacia el auto, de pronto, sintió un peso extraño en el pecho y, sin poder evitarlo, giró la cabeza hacia la fábrica abandonada que quedaba atrás.
Era como si algo importante hubiera quedado allí, por un instante, la imagen de una mujer arrastrándose hacia él apareció en su mente. Su silueta le resultaba extrañamente familiar.
—Alejandro, ¿qué pasa? —preguntó Lucía, notando su gesto.
Alejandro apartó la vista y negó con la cabeza, debía de ser una ilusión.
Era solo una cualquiera, ¿cómo podría conocerla?, pensó Lucía.
—Vámonos.
Arrancó el auto, pero cuanto más se alejaba de la fábrica, más irritado se sentía. Jaló de su corbata con fastidio y, en ese instante de distracción, no vio el coche que salía de la curva.
—¡Alejandro, cuidado! —gritó Lucía, tomando el volante a tiempo. Apenas lograron esquivar el impacto.
Alejandro frenó de golpe, su corazón latía desbocado, la frente perlada de sudor. Nunca antes había sentido tanta inquietud. La imagen de