Después de que Alejandro se marchó, Lucía salió de entre las sombras.
—¿Lo viste Valeria? ¡La persona que ama él soy yo! Si yo fuera tú, lo dejaría de inmediato —dijo vacilando, agitando el teléfono en su mano—. Solo le mentí diciendo que alguien te había acosado, ¿y viste cómo se desesperó?
—No necesitas provocarme, si te gusta recoger basura, llévatela —respondió Valeria con calma. Se dio la vuelta y caminó hacia las tumbas de sus padres.
La reacción serena de Valeria enfureció a Lucía.
—¡Eres una mujer abandonada, no tienes de qué presumir! Alejandro esperó cinco años para casarse conmigo. Todos estos años no has sido más que una mierda. ¡Sin él no eres nada!
Valeria se paró un instante, aunque su corazón ya estaba muerto, todavía sintió un nudo en el pecho. Giró la cabeza y, reprimiendo la emoción, dijo:
—Sin Alejandro sigo siendo la señorita Rosales, aunque te conviertas en la señora Luzardo, no tienes derecho a gritarme, no es que me obligues a irme, es que yo ya no quiero a Alejandro.
—¡Valeria! —Lucía gritó, con los ojos inyectados de furia—. ¡Haré que te arrepientas!
Valeria no contestó. Llegó frente a la tumba de sus padres y se despidió de ellos.
Les contó todo lo vivido en esos cinco años, con una calma desconcertante. No derramó una sola lágrima.
—Papá, mamá, ya no amo a Alejandro, no se preocupen por mí, sabré cuidar de mí misma —murmuró.
El cielo empezaba a oscurecer cuando abandonó el cementerio. Durante todo ese tiempo, Alejandro no apareció ni llamó por teléfono.
El lugar era apartado, había que caminar un tramo para llegar a la carretera. Valeria se despidió de sus padres y avanzó despacio hacia la salida.
Pronto sintió que alguien la seguía. Aceleró el paso, tomó el celular para llamar a la policía.
Antes de marcar, una mano la alcanzó por detrás y un pañuelo empapado cubrió su boca.
Valeria luchó con todas sus fuerzas, pero un segundo después, la oscuridad la envolvió.
Un baldazo de agua helada la devolvió a la conciencia.
Descubrió que estaba atada de espaldas a un poste, los ojos cubiertos con una tela negra. El frío la hacía temblar sin control.
—¿Quién eres? ¿Por qué me secuestras? —gritó con voz quebrada, aterrorizada.
El silencio fue la única respuesta.
—¿Quieren dinero? ¡Tengo mucho dinero! Denme una cuenta y transfiero ahora mismo.
Nada, solo la oscuridad y el viento cortante sobre su ropa empapada.
De pronto, un golpe brutal impactó en su abdomen.
—¡Ah! —gritó de dolor.
—No necesitas saber quién soy, solo debes pagar por lo que hiciste —respondió una voz fría. Otro golpe descendió en el mismo lugar.
El dolor era insoportable, como si sus órganos se comprimieran hasta romperse. Lágrimas involuntarias le corrían por el rostro.
—¡No entiendo de qué hablas!
No respondió. La vara golpeó una y otra vez su vientre. Cada impacto iba con toda la fuerza, hasta que Valeria se desmayaba y el dolor la devolvía a la conciencia.
La sangre le empapó los pantalones y se mezcló con la que brotaba de su boca. Al final, el agresor arrojó la vara, la desató y ella cayó al suelo como un trapo roto, desangrándose hasta perder el conocimiento.
Cuando despertó, estaba sola. Se arrancó la venda de los ojos y descubrió un proyector frente a ella, en la pantalla, Alejandro abrazaba a Lucía, colmándola de besos en la frente.
—Ya pasó, mi niña, no llores más, no pasó nada —la consolaba.
—Alejandro, no lo creo, no creo que Valeria quisiera hacerme daño. Ella es tan buena... ¿Cómo habría de lastimarme solo porque la empujé sin querer? —sollozaba Lucía con lágrimas que parecían sinceras.
—Quizás las personas cambian. —en los ojos de Alejandro brilló un destello de tristeza—. Los hechos hablan por sí solos. Fue Valeria quien contrató a alguien para castigarte. Si no hubieras llamado a la policía a tiempo, las consecuencias habrían sido terribles.
—Aun así, no debes vengarme ni lastimar a Valeria—Lucía lloraba más fuerte.
—Hasta en este momento piensas en ella... Tranquila, solo castigaré a los que te tocaron. Con Valeria hablaré después.
En su mirada no quedaba duda: Alejandro ya había creído que Valeria era culpable.
Tirada en el suelo, con el cuerpo convulsionando de dolor, Valeria clavó los ojos en la pantalla. Sintió como si alguien arrancara su corazón a tirones, sangrando por dentro.
Aquel hombre que antes confiaba en ella ciegamente, ahora, por una acusación sin pruebas de Lucía, había permitido que la destrozaran.
El corazón había cambiado y todo lo demás también.
Valeria rio, que terminó en lágrimas.
"Alejandro... si algún día descubres la verdad, ¿te arrepentirás?", pensó.