El lago parecía contener el aliento, su agua oscura, inmóvil y opresiva. El grupo se encontraba en círculo cerca de la orilla, observando la piedra que brillaba en el centro. La silueta, que oscilaba como un espejismo inquietante, ya no se movía, pero su energía asfixiante aún llenaba el aire.
Lucas alzó la lámpara de aceite, con el rostro tenso. — Si hay un precio que pagar… entonces es aquí donde se decide. Pero debemos permanecer unidos. Nadie se separa.
Alice, aún desconfiada, miró a Léa con ojos penetrantes. — Dices que esta piedra es la clave. ¿Y si es una trampa? ¿Y si todo lo que hacemos aquí solamente la libera?
Léa respondió con calma, aunque su mirada se mantuvo fija en el lago. — No podemos saberlo con certeza. Pero esperar aquí sin actuar… es lo que ella quiere. Esta casa nos pone a prueba. Si fallamos, ella se llevará lo que quiera, con o sin nosotros.
Mathias, pasando su linterna por la superficie del lago, murmuró: — Ella espera que entremos. No tenemos otra opción, ¿v