El lago, con su apariencia de calma engañosa, parecía haberlos observado en silencio, pero a pesar de ello, una tenue luz de esperanza brillaba en el grupo. Durante, aunque fuera un instante, habían creído haber descifrado parte del misterio que envolvía aquel lugar. Mientras Lucas, Alice, Mathias y la verdadera Léa se reunían junto a los árboles, emergía en el aire una idea compartida: había llegado el momento de abandonar ese sitio maldito.
Lucas, secándose la sudorosa frente, respiró profundamente y anunció con voz decidida: — Se acabó. No podemos seguir aquí. Este lago, esta casa... Solo quieren una cosa: quebrarnos. Si nos vamos ahora, quizá tengamos una oportunidad de escapar de su maligna influencia.
Alice asintió, aunque en sus ojos aún se vislumbraba un atisbo de duda. — Pero… ¿y Mélanie? ¿Y Hugo? No los podemos dejar atrás.
Mathias, agotado pero reacio a rendirse, se enderezó mientras ajustaba la correa de su cámara, y afirmó: — Los llevaremos con nosotros. Si es cierto que esta casa está ligada a ese lago, alejarse de allí debería debilitar su control sobre nosotros. Debemos intentarlo.
Léa, que hasta ese instante había permanecido en silencio, levantó la mirada, su voz tembló ligeramente: — ¿No sienten que… algo nos observa? Por doquier, como si este bosque mismo se negara a dejarnos partir.
Con el puño cerrado y tratando de disimular su propio malestar, Lucas replicó: — Pues esa es aún otra razón para irnos. No importa lo que intente retenernos: no podemos quedarnos de brazos cruzados.
Sin perder tiempo, el grupo se puso en movimiento y regresó a la casa para recoger a Mélanie y Hugo. Aunque ambos se encontraban un poco mejor de salud, la fatiga y el miedo habían dejado marcas indelebles en sus rostros. — ¿Quieren irnos? —preguntó Mélanie con una mirada aterrorizada—. ¿De verdad creen que podamos escapar? Lucas, esforzándose por mantener la calma, le puso una mano firme en el hombro: — Mél, sé que es aterrador, pero si permanecemos aquí, esta casa ganará. Debemos aprovechar esta oportunidad. Unidos.
Hugo, aún visiblemente débil, asintió con cierto acuerdo. — De acuerdo… Pero si falla, te haré responsable personalmente, Lucas.
Un silencio casi solemne invadió el ambiente mientras el grupo se adentraba en el bosque. La luz temblorosa de la lámpara de aceite parpadeaba al compás de sus pasos apresurados; las ramas crujían al contacto con sus pies, y cada sombra parecía danzar y espiar su avance. El camino se volvía más opresivo que al inicio, como si los árboles se cerraran a su paso, conformando una prisión natural.
Después de unos veinte minutos de marcha, Alice sintió un escalofrío recorriendo su espalda. — Esperen —dijo repentinamente, deteniéndose en seco—. ¿No les parece que… estamos dando vueltas?
Lucas frunció el ceño, examinando los alrededores. Nada resultaba familiar, mas una sensación de opresión se impregnaba en él. — No, sigamos. Avancemos en línea recta.
Retomaron la marcha, lanzando miradas inquietas a su entorno. Sin embargo, conforme progresaban, comenzó a instalarse en cada uno la sensación de haber experimentado ese mismo trayecto antes: los mismos árboles, las mismas raíces, y esa misteriosa aura opresiva que parecía nunca abandonarles.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, emergieron de entre la maleza… frente a la casa. La misma casa de la cual acababan de huir. Mélanie soltó un grito ahogado mientras se aferraba a Mathias. — ¡No… Es imposible! ¡Estábamos huyendo! ¡Avanzábamos!
Hugo, golpeando violentamente el tronco de un árbol, gruñó con frustración: — ¿Esto es una broma, verdad? ¿Que la casa sigue jugando con nosotros? ¡Nos ha traído de vuelta!
Lucas, completamente desconcertado, giró sobre sí mismo en busca de una explicación, pero el bosque parecía impenetrable, casi vivo, como una prisión natural. — No —dijo, reacio a creer lo que veía—. No es posible. Caminamos en línea recta; no dimos la vuelta.
Alice, con el aliento entrecortado, escudriñó los árboles, sin encontrar rastro de un camino alternativo. — Es como si… la propia madera nos estuviera devolviendo. Como si estuviéramos atrapados en una trampa invisible.
Léa, que hasta ese momento había permanecido en la sombra, murmuró apenas audible: — No son los bosques… es la casa. No nos dejará partir. No mientras no consuma lo que desea.
Mathias, conmovido por aquellas palabras, se volvió hacia ella, fijándole la mirada con intensidad: — Léa… sigues diciendo lo mismo. ¿Pero qué quiere esta casa? ¿Qué espera de nosotros?
Léa cerró los ojos brevemente, como buscando en lo profundo de su ser la respuesta, y luego murmuró: — Quiere que entendamos. Pero no solo eso… quiere... un sacrificio.
Sus palabras cayeron pesadamente sobre el grupo, llenando el ambiente de una tensión aún mayor. Mélanie negó frenéticamente con la cabeza, retrocediendo hacia la casa. — ¡No… no, no, no! ¡No haré ningún sacrificio! ¡No somos nosotros, es esta casa! ¡Es maligna, miente!
Lucas, a pesar de su confusión, depositó una mano sobre el hombro de Mél, en un gesto de consuelo. — Mél, cálmate. Nadie está hablando literalmente de sacrificios. Encontraremos otra solución. Siempre hay una salida.
Sin embargo, en el fondo, Lucas sabía que Léa podía tener la razón. Esa casa albergaba algo vivo, algo calculador, y no los dejaría huir tan fácilmente.
Agotados y sin más opciones, el grupo regresó a la casa, con el alma en pedazos. Al cerrar la puerta tras ellos, Alice murmuró suavemente, casi para sí misma: — Si no podemos irnos… entonces, ¿qué haremos ahora?
Ninguno respondió, pues nadie tenía una respuesta. Una vez dentro, la energía opresiva del lugar parecía intensificarse. Cada crujido del suelo y cada soplo del viento resonaban como un recordatorio furtivo de su impotencia. Al principio, nadie pronunció palabra, cada uno se sumió en sus pensamientos, desesperadamente buscando una forma de liberarse de ese encierro invisible.
Lucas se volvió hacia el grupo, con el rostro tenso: — Estamos claros: salir por el bosque es inútil. Esta casa, este lago… algo distorsiona la realidad a nuestro alrededor. Debemos pensar. Debe haber otra manera.
Alice, con los brazos cruzados, lanzó una mirada acusatoria a Lucas: — ¿Pensar? ¿Y si estamos condenados a quedarnos aquí? Esta casa… nos retiene. Y cuanto más intentamos alejarnos, más parece apretarnos.
Mathias, sentado, con los ojos fijos en su cámara, parecía ausente, pero su voz rompió el silencio, cargada de gravedad: — No se trata de a dónde vamos, sino de lo que hacemos. Esta casa quiere algo, y mientras no descubramos qué es, seguirá devolviéndonos aquí.
Mélanie, que no se atrevía a separarse de Hugo, alzó sus ojos llenos de lágrimas: — ¿Entonces qué? ¿Nos quedamos aquí, esperando a que ella decida matarnos uno a uno? ¡No! Me niego. Tiene que haber otra salida.
Léa, que había permanecido en la distancia, dirigió su mirada hacia ella, y con voz suave pero helada en su precisión dijo: — Mélanie tiene razón. Existe una salida. Pero esta casa nos está poniendo a prueba. Quiere ver cuánto tiempo resistiremos, cuántas veces fallaremos antes de comprender.
Alice frunció el ceño, manteniendo su desconfianza hacia Léa. — ¿Entender qué, Léa? ¿Que esta casa es una trampa viviente? ¿Que todo en este lugar está diseñado para quebrarnos? No es precisamente un misterio.
Léa la miró con una intensidad perturbadora: — No es solo una trampa, Alice. Es una elección. Esta casa espera algo de nosotros… pero no nos lo revelará directamente. Debemos hallarlo por nosotros mismos.
Lucas, irritado, golpeó la mesa para captar la atención de todos: — Léa, si sabes algo, este es el momento de decírmelo. Porque quedarnos aquí sin hacer nada no nos servirá de nada. ¡Habla!
Léa bajó la cabeza, tomando una profunda respiración. — No sé todo, pero… en el bosque, y cerca del lago, he sentido una fuerza. Como una presencia que nos observa y que evalúa nuestro valor.
Mélanie estalló en una rabia incontenible, sacudiendo la cabeza frenéticamente: — ¿Que evalúa nuestro valor?! ¡Eso es una locura total! ¿Por qué una casa haría eso?
Mathias replicó con calma, aunque su rostro reflejaba su ansiedad: — No es solo una casa, Mélanie. Este lago, estos bosques… son como un ecosistema corrupto. Algo los anima, algo que está más allá de nuestra comprensión.
Alice asintió lentamente, aunque su rostro estaba visiblemente perturbado. — Si es así, debe haber una forma de romper esa conexión. Algún fallo, por pequeño que sea. Nada es invencible.
Lucas se enderezó, con la voz repentinamente firme: — Muy bien. Entonces ya está decidido. Buscaremos respuestas. Pero esta vez debemos estar preparados para todo.