Volver a casa fue un alivio, aunque el aire aún estaba denso en mi pecho. Carla me recibió con una sonrisa radiante, como si no se imaginara que me acababa de interrumpir justo en medio de… bueno, de algo que aún no lograba procesar.
—¡Justo a tiempo! —exclamó mientras abría las bolsas con comida china—. Pedí lo de siempre: arroz frito, pollo agridulce y rollitos primavera. Si esto no arregla tu día, nada lo hará.
Asentí con una sonrisa forzada y me senté frente a ella. El olor me reconfortó un poco. Tal vez hablar de cualquier otra cosa, o comer sin hablar en absoluto, era justo lo que necesitaba.
Carla se sirvió una porción generosa y me miró con ojos inquisitivos, como si su sexto sentido estuviera a punto de activarse.
—¿Y qué tal con Phillip? —preguntó casual, pero con esa sonrisa traviesa que no engañaba a nadie.
Tomé mis palillos y empecé a revolver el arroz sin probarlo.
—¿Phillip? Bah… tu hermano es un tonto —solté con toda la neutralidad que pude fingir—. No me cae bien.
Car