Sebastián la miró un buen rato, con esa mirada intensa que tenía a veces.
—Ok.
—Bueno, ya me voy —dijo Luciana.
Se dio la vuelta y caminó hacia su edificio, apretando un poco el paso porque sentía todavía la intensidad de la mirada de Sebastián en la nuca. Entró al ascensor, subió a su piso y, apenas se abrieron las puertas, se encontró con una escena inesperada: Daniela estaba agachada justo frente a la puerta de su departamento, como si estuviera esperando ahí desde hacía rato.
Luciana la miró, sin saber qué pensar.
—¿Y tú no que ibas a ir a hablar con tus papás para convencerlos de que te dieran un hermanito o una hermanita? ¿Qué haces aquí en mi casa?
Daniela levantó la cabeza, tenía la cara cansada y los ojos medio apagados.
—Ábreme primero —dijo, haciéndose la interesante.
Luciana abrió la puerta, dejó sus cosas y apenas entraron, Daniela fue directo al grano:
—¿Ya andas con Sebastián?
Luciana se quedó congelada unos segundos mientras cerraba la puerta, tratando de pensar cómo re