Había tenido que cruzarse con Alejandro, ese maldito desgraciado.
—Luciana, te pareces mucho a la muchacha que me gustaba —la mirada de Sebastián era tan profunda como el océano, imposible de entender.
Luciana sonrió, sorprendida.
—¿Tengo ese honor?
—Ella debe haber sido muy especial —añadió.
Sebastián sonrió un poco.
—Al final, eso no importó. Se casó con un imbécil, el amor la cegó.
Luciana se quedó callada.
No haber elegido a Sebastián, sí que era estar ciega.
—Entonces debería ser ella la que se arrepiente. Tuvo mala suerte —dijo ella.
Sebastián habló con voz aún más baja.
—Fui yo el que tuvo mala suerte. No pude casarme con ella.
Luciana pensó que si alguien como Sebastián había sido rechazado, entonces tal vez no era tan terrible que ella hubiera sido traicionada.
Por muy buena que una persona sea, si no es valorada, no sirve de nada.
De la nada, sonó la melodía de un celular.
Sebastián sacó su teléfono. Al ver quién llamaba, le dijo a Luciana:
—Voy a contestar.
Ella asintió.
Seb