Los ojos de Ricardo se abrieron de par en par.
Soltó una palabrota y corrió hacia la cabina del yate.
Joaquín reaccionó enseguida y fue tras él.
En la cabina, Alejandro estaba inclinado sobre los controles como un demonio furioso.
Sus ojos estaban rojos y fijos en el yate que tenían delante.
Ricardo trató de apartarlo mientras Joaquín corrió a tomar el timón y reducir la velocidad.
Alejandro apartó de un empujón a Ricardo.
—¿¡Qué haces!?
Ricardo solo lo miró, sin responderle.
Se dirigió a Joaquín:
—Da la vuelta. Volvamos.
—¡Ni se te ocurra! —Alejandro le clavó una mirada furiosa a Joaquín, que se quedó paralizado.
«¿Y ahora qué? ¿Qué hice para merecer esto?» pensó.
No sabía a quién hacerle caso.
¿Quién lo salvaría de esta?
—Ehh...
—Alejandro —Ricardo ya estaba molesto —¿Qué demonios estás intentando hacer?
A través del parabrisas, Alejandro seguía observando a la pareja en el yate de enfrente.
Sus ojos brillaban de rabia.
—Ella...
Tenía muchas cosas que decir dentro de él, pero, cuando