El hombre miró a Luciana y preguntó:
—¿Cómo se soluciona esto?
—Tu esposa está dispuesta a darte la mayor parte de los bienes, como compensación por el daño que te causó —respondió Luciana.
El hombre bajó la mirada, y habló, con un rastro de culpa en su voz:
—Ella no hizo nada mal. Fui yo el que arruinó este matrimonio. Todo fue mi culpa. Me merezco la peor condena… La lastimé a ella y también me destruí a mí mismo.
Luciana se aguantó las ganas de blanquear los ojos.
¿Hasta ahora te das cuenta de que tú arruinaste todo?
Un hombre que no puede controlar lo que tiene entre las piernas, está destinado a acabar mal.
—Tú también fuiste víctima de una tentación. La culpa es de esa mujer. Sabía perfectamente que estabas casado y aun así… Traicionó a su propio marido. Eso dice mucho de los valores que le enseñaron en casa.
Hasta a Luciana le daba asco decir eso.
Es cierto que la otra mujer cometió un error: traicionar a su esposo y romper con el compromiso del matrimonio.
Pero este hombre tamb