Luciana no se molestó; comprendía el estado emocional del tipo.

A estas alturas, seguramente los amigos y familiares del esposo de su clienta ya sabían lo que le había sucedido.

Su dignidad como hombre había sido pisoteada sin piedad.

Porque ya nunca podría volver a ser un hombre, al menos no en el sentido físico.

Probablemente se sentía profundamente humillado.

Y, en efecto, era una gran humillación.

Había perdido incluso la función más básica como hombre. ¿Cómo no iba a estar furioso?

Con un tono muy suave, Luciana habló:

—Hola, soy la abogada de tu esposa. Yo...

—No tengo nada que hablar con ella.

El hombre reaccionó con evidente rechazo, incluso con agresividad. No quería escuchar una sola palabra de Luciana.

—Si viniste a convencerme, puedes irte ahora mismo.

Aun así, Luciana no se alteró. Se acercó con calma, arrastró una silla y se sentó junto a la cama. Su voz seguía siendo suave.

—Tu esposa ha llorado varias veces delante de mí. Está muy arrepentida por haber reaccionado tan i