Sus labios se unieron. Ese calor suave viajó desde sus bocas directo al cerebro de Luciana.
Los ojos se le abrieron, como si algo la hubiese poseído por completo. En ese instante, el mundo dejó de girar.
Su respiración arrastraba el aroma único de Sebastián, mezclado con un rastro de alcohol.
¡Tum! ¡Tum! ¡Tum!
El corazón de Luciana parecía a punto de salírsele del pecho.
Todo había pasado muy rápido. Tanto que su mente quedó vacía, sin idea de cómo reaccionar.
Cuando pudo, se quitó bruscamente y se apartó de su mano, pero fue tan rápido que se chocó la cabeza contra el borde de la puerta del auto. El dolor fue tan fuerte que se le aguaron los ojos.
Se llevó la mano a la parte de atrás de la cabeza, llena de dolor.
—Abogado Campos… —murmuró.
¿Sabía lo que estaba haciendo?
—¿Cómo? —Sebastián la miraba como con la mente nublada, sin comprender del todo sus actos.
Luciana no entendía nada. Todo parecía un sueño.
Pero el dolor en la cabeza le decía que no lo era.
Sebastián la había besado.