El vacío y la añoranza lo desgarraban por dentro.
Alejandro sentía que iba a enloquecer.
Luciana, Luciana…
Repetía su nombre una y otra vez, entre nostalgia y un resentimiento latente...
¿Acaso no lo amaba tanto?
¿Entonces por qué se fue así?
¿Cómo podía ser tan despiadada?
Vio que él estaba herido, con el brazo enyesado, y ni siquiera le preguntó cómo estaba.
Frente a tanta gente, mostró esa indiferencia total.
¿Cómo había cambiado tanto?
Antes, si lo veía herido, se preocupaba muchísimo.
De pronto se levantó, fue al mueble de las botellas, tomó una.
Solo tenía una mano libre, así que usó los dientes para destapar la botella, y escupió la tapa al suelo.
Bebió directamente del cuello de la botella.
El alcohol bajó ardiendo por su garganta como fuego.
Bebía demasiado rápido, se atragantó y empezó a toser sin parar.
Sentía que los pulmones iban a salírsele por la boca.
Se inclinó, tosiendo hasta que los ojos se le pusieron llorosos.
—Luciana… —susurró.
Tambaleándose, llegó al sofá, buscó