Fabia se puso nerviosa en cuanto oyó que había que beber.
—No, no puede beber. Liana no se siente bien.
Aquella vez en que Liana terminó con intoxicación alcohólica, fue Fabia quien la acompañó a esa reunión.
Y vio todo con sus propios ojos. La escena le dejó una sombra difícil de borrar.
El doctor incluso dijo que, de haber llegado un poco más tarde, Liana podría no haber sobrevivido.
Sancho no se mostró nada contento al oír eso.
—¿No crees que la estás subestimando? Todo el mundo sabe que Liana tiene fama de aguantar el alcohol. Antes, cuando fue con Xavier al norte a cerrar un proyecto, en una mesa con veinte personas, dio dos rondas completas y no pasó nada. ¿Y ahora resulta que tres copas ya no puede? ¿O es que tratas distinto según quién esté presente? ¿O no quieres darle cara a Lucía?
Lucía no quería que el ambiente se tensara más y tomó la iniciativa de suavizarlo.
—Sancho, al final del día la secretaria Liana sigue siendo una mujer. No la pongas en aprietos.
Sancho no quedó convencido.
—¿Yo ponerla en aprietos? —dijo, y enseguida buscó respaldo—. Xavier, dime tú, ¿eso cuenta como ponerla en aprietos?
Xavier alzó la mirada. Sus ojos pasaron fugazmente por el rostro de Liana.
La comisura de sus labios se tensó con frialdad.
—No.
Sancho se sintió aún más respaldado.
—¿Ves? Hasta Xavier dice que no. Lucía, es que tú eres demasiado buena. No como Liana, que en los negocios ya es toda una veterana, sabe perfectamente cómo esquivar riesgos y buscar ventajas.
Ante el desprecio de Sancho, Liana no respondió.
Simplemente miró fijamente a Xavier.
Como si quisiera encontrar algo distinto en sus ojos.
Esperaba que dijera algo para detenerlo.
Cualquier cosa.
Un “ya basta” o un “déjalo”.
Era como un último intento desesperado antes de rendirse.
Pero Xavier no habló.
Y en su mirada solo había indiferencia.
En ese instante, Liana lo entendió todo.
Fue como si alguien le hubiera arrojado desde atrás un balde de agua helada, apagando de golpe el último rescoldo de esperanza que le quedaba.
Sonrió, un poco ausente.
Se inclinó, tomó la copa de la mesa y habló con calma.
—Fui yo quien no entendió las reglas. Este trago me lo bebo.
En el pasado había aprendido muchos trucos para beber en reuniones: comer algo antes, tomar leche o yogur antes de la cena, beber despacio...
Gracias a eso, había salido invicta de incontables mesas.
Pero esta vez no usó ninguno.
Solo se obligó a beber.
Una copa.
Dos copas.
Tres copas.
El licor le quemó la garganta y la nariz, y el dolor de su estómago, ya de por sí punzante, se volvió un espasmo insoportable.
Aun así, alzó la copa vacía hacia Xavier, como si nada.
—Ya terminé. ¿Puedo irme ahora, jefe?
***
Liana no supo si Xavier asintió al final.
Porque no lo esperó. Se dio la vuelta y salió del privado.
El estómago se le revolvía con violencia; temía vomitar allí mismo.
Cuando terminó inclinada sobre el lavabo, vomitando sin control, incluso se sintió agradecida de haber tomado medicamento para el estómago antes de beber y no antibióticos.
Nadie nace sabiendo beber.
Antes de entrar a Nova Capital, Liana no tocaba el alcohol.
La primera vez que acompañó a Xavier a una comida de negocios, se toparon con un cliente difícil que insistía en que Xavier bebiera para demostrar sinceridad.
Pero Xavier era alérgico al alcohol. No podía probarlo.
Fue Liana quien dio un paso al frente para cubrirlo.
Era su primera vez bebiendo, sin experiencia; una sola copa la hizo ahogarse.
Aun así, pensando en lo difícil que había sido para Xavier conseguir esa oportunidad, se obligó a tragar.
Ese fue el primer proyecto que Liana ganó para él.
Xavier le dijo entonces que era una pieza clave de Nova, que cuando alcanzaran el éxito compartirían esos honores juntos.
Por ese futuro que él dibujó, Liana no volvió a permitir que Xavier bebiera una sola gota.
Cada compromiso, lo asumía ella.
Así, copa tras copa, se forjó su resistencia.
Pero hoy, esa armadura que había pulido para luchar por él se convirtió en el arma con la que protegía a su amor ideal y terminó clavándosele en el corazón, siete años después.
Dolía. Pero la mantenía despierta.
Cuando salió del Gran Hotel, estaba lloviendo.
La lluvia de finales de otoño llegó sin aviso.
El estómago de Liana seguía revuelto y su rostro no tenía una pizca de color.
Sacó el celular para pedir un carro cuando el chofer de Xavier la vio y corrió hacia ella.
—Señorita Liana, ¿ya terminó la reunión? ¿Dónde está el jefe? ¿No salió con usted?
—Todavía no. Supongo que tardarán un poco más —respondió ella, con la voz flotando.
Dentro el ambiente estaba en su punto; Xavier, con la mujer adecuada en brazos, no terminaría pronto.
El chofer miró hacia la entrada. Al ver el estado de Liana, decidió por su cuenta.
—Señorita , ¿qué le parece si la llevo primero a casa? Con esta hora y la lluvia, va a ser difícil conseguir carro.
Liana no se negó. Se sentía demasiado mal como para forzar su cuerpo.
Pero cuando el carro iba apenas a medio camino, sonó el celular del chofer.
Xavier lo estaba buscando.
El chofer explicó la situación tal como era: Liana se sentía mal, pensó que aún tardarían y decidió llevarla primero.
La voz de Xavier, amplificada por el altavoz del carro, fue gélida.
—¿Recuerdas quién te paga el sueldo?
El chofer se sobresaltó.
—Voy enseguida por usted.
Antes de colgar, la voz de Xavier se volvió suave, como si nada hubiera pasado.
—El carro llegará pronto. Hace frío aquí afuera, entra a esperar.
Lucía respondió con dulzura:
—Entonces acompáñame, Xavi.
Liana no supo qué respondió él. La llamada ya había terminado.
El chofer se veía incómodo.
Liana habló primero.
—Juan, déjeme aquí. Yo pido un carro sola.
No había ni dónde resguardarse de la lluvia.
Al chofer le pesó la conciencia y, antes de bajar, le dio a Liana el paraguas que llevaba en el carro.
Tal vez esa noche el destino decidió apiadarse un poco de ella: no esperó mucho antes de que apareciera un carro.
Aun así, al día siguiente Liana amaneció con fiebre.
Tras el aborto, su cuerpo estaba débil; la gastritis volvió a atacar y su sistema inmunológico no resistía nada.
Pero ese día tenía una cita con el director Santiago del Grupo Tevi, justo el proyecto que Xavier había señalado en la reunión.
Si volvía a retrasarse, no sabía qué clase de ironía le tocaría soportar esta vez.
Miró el termómetro: 38.5C. No mortal, pero miserable.
Podría haber tomado un antipirético, pero aquel jefe era famoso por resolver todo en la mesa, con alcohol de por medio.
Liana dudó, devolvió las pastillas al cajón, tomó los documentos y salió sin mirar atrás.
***
Apenas terminó de pedir los platillos y el licor, el director llegó.
Al ver que todo era de su gusto, sonrió satisfecho.
—Secretaria Liana, ¿de verdad no considera venirse a Tevi como mi secretaria? El sueldo lo pone usted.
—Gracias por su oferta, director Santiago, pero mi contrato con Nova aún no termina. No tengo planes de cambiarme por ahora.
Era su respuesta de siempre.
Con su capacidad, nunca le faltaban quienes quisieran llevársela.
Una vez, un socio se pasó de copas y, frente a Xavier, intentó reclutarla.
Xavier no dijo nada en público.
Pero esa noche, en la cama, no le dio tregua.
Al final, fue Liana quien firmó un contrato de largo plazo con Nova solo así logró calmarlo.