Al escucharla, Santiago sintió a la vez lástima y admiración.
—Xavier tiene mucha suerte. Contar con alguien como usted, no es de extrañar que su carrera haya sido tan exitosa.
—Es usted muy amable, señor Santiago. En comparación, alguien que levantó su empresa desde cero como usted es aún más digno de admiración.
Aunque eran frases propias de una mesa de copas, Santiago quedó claramente complacido.
—Por eso me gusta hablar de negocios contigo. Siempre dices justo lo que uno quiere escuchar. Ven, esta copa es por ti.
—Su hígado no anda bien. Esta me la tomo yo. Yo me la bebo completa, usted solo acompaña.
A Santiago le gustaba tratar con gente directa, y por eso apreciaba el carácter de Liana.
Cuando ella terminó la copa, se apresuró a detenerla.
—No te exijas tanto. Este proyecto lo firmo solo contigo. Venga quien venga, no cambia nada.
—Entonces, muchas gracias, jefe—dijo Liana, sirviéndole personalmente otra copa.
Santiago notó que su rostro no estaba bien.
—Liana, ¿estás enferma? Te ves un poco pálida.
—No es nada.
—¿Quieres que le diga al chofer que te lleve al hospital?
Liana estaba a punto de decir que no hacía falta cuando alguien llamó a la puerta del privado.
Un mesero entró.
—Señor Santiago, el señor Xavier se enteró de que estaba cenando aquí y me pidió que le trajera este vino.
Santiago miró la botella.
Un vino de gran valor.
Pero lo que más le llamó la atención fue otra cosa: si Xavier también estaba en Gran Hotel, ¿por qué no había venido con Liana?
Antes de poder confirmarlo, Xavier apareció, acompañado de Lucía.
—Señor Santiago, ¿le gustó el vino? —saludó Xavier, pasando la mirada por encima de Liana como si no existiera.
Llevaba solo una camisa blanca, limpia y perfectamente ajustada.
Delgada, sobria, elegante.
El saco…
En ese momento estaba sobre los hombros de Lucía, sin ningún intento de disimular la intimidad.
Lo irónico era que ese saco lo había elegido Liana personalmente.
—Esto es un detalle del jefe Xavier, ¿cómo no iba a gustarme? ¿Y esta señorita...?
La mirada de Santiago se posó en Lucía. La relación entre ambos era evidente.
Un hombre que presta su saco a una mujer no necesita explicación.
Instintivamente, Santiago miró a Liana.
Ella se veía tranquila, aunque su rostro estaba aún más pálido que antes.
—Permítame presentarla —dijo Xavier—. Ella es Lucía, directora del Tercer Departamento de Inversiones de Nova.
—Lucía, este es el jefe Santiago, de Grupo Tevi, mi viejo amigo.
Lucía dio un paso al frente y le estrechó la mano.
—Mucho gusto, Santiago. Espero que podamos trabajar juntos.
—El gusto es mío.
Tevi había colaborado varias veces con Nova y conocía bien su estructura.
El tercer departamento llevaba menos de un año establecido. El puesto de director había estado vacío todo ese tiempo.
Todos daban por hecho que ese lugar estaba reservado para Liana.
Después de todo, había sido ella quien había manejado los proyectos del departamento durante todo el año.
Aunque llevaba dos cargos al mismo tiempo, logró que el tercer departamento se colocara en primer lugar en resultados dentro de Nova.
El esfuerzo había sido enorme.
Y sin embargo, el resultado fue que otros disfrutaron de lo que ella había sembrado.
Incluso Santiago, como externo, sintió una punzada de injusticia por ella.
—Por cierto —continuó Xavier—, este proyecto entre Nova y Tevi pasará a ser coordinado directamente por Lucía. Por eso quise traerla para que se conocieran.
Santiago frunció ligeramente el ceño.
—Pero hasta ahora siempre he tratado este proyecto con Liana. Cambiar de persona así, de repente…
A Xavier no pareció importarle.
—Liana es solo una secretaria. Antes, como Lucía no estaba, se le pidió que lo manejara temporalmente. Ahora que la responsable ha regresado, lo lógico es devolverle el proyecto.
Luego agregó, tranquilizando a Santiago:
—No se preocupe. Lucía es doctora en Finanzas por la escuela de negocios WT. Trabajó en los bancos más importantes del extranjero. La traje a Nova con una oferta muy alta. Su capacidad profesional está fuera de duda.
Lo que preocupaba a Santiago no era su capacidad. Era Liana.
Sabía cuánto había entregado por ese proyecto.
Que Xavier lo cediera tan fácilmente, incluso a él, como ajeno, le resultaba difícil de aceptar.
Sin embargo, la reacción de Liana fue inesperadamente serena.
Xavier estaba presentando personalmente a Lucía ante los socios. Claramente la estaba protegiendo.
Era una dedicación absoluta.
Una que ella nunca había recibido.
Por eso habló con calma:
—Prepararé cuanto antes los documentos del proyecto para entregárselos a la directora Lucía.
—Se lo agradezco, Liana —respondió Lucía con cortesía.
Liana asintió levemente. Tomó su bolsa y se despidió de Santiago.
—Santiago, puede tratar directamente con la directora Lucía. Me retiro.
Santiago quiso retenerla, pero no tenía derecho.
Al final solo pudo defenderla en silencio:
—Es una decisión interna de su empresa. Yo no tengo objeciones; al final, negociar con uno u otro es lo mismo. Solo que Xavier sabe cómo soy, me gusta conocer amigos bebiendo. En su momento, la secretaria Liana se tomó nueve copas de licor fuerte. Me dejó impresionado. Me pregunto cómo será la tolerancia de la directora Lucía.
—Tal vez no tanto como la secretaria Liana —respondió Lucía con naturalidad, levantando la copa—, pero con gusto acompaño a usted.
Antes de que bebiera, Xavier le quitó la copa de la mano.
—No se siente bien. Esta copa la bebo yo.
Sin esperar respuesta, se la tomó de un solo trago.
Santiago sabía que Xavier era alérgico al alcohol. Durante años, en cada compromiso, era Liana quien bebía por él.
Era la primera vez que veía a Xavier cubrir a alguien.
Entonces, ¿qué habían sido todas las copas que Liana bebió por él?
Fuera del privado, Liana también se hacía la misma pregunta.
***
Cuando Liana llegó a casa, tomó su medicamento y apenas se acostó cuando sonó el celular.
Era Ana.
Le preguntó si había descansado bien últimamente.
Si estaba cuidando su cuerpo.
Si estaba obedeciendo al médico y evitando por completo el alcohol.
Liana respondió de forma ambigua.
Ana lo notó enseguida.
—Así que ¿volviste a beber?
—Es trabajo. No hay opción.
Ana estalló al otro lado del celular.
—¿Quieres morirte? ¿Ya olvidaste que casi mueres por intoxicación alcohólica? ¿Y ese desgraciado de Xavier todavía te manda a beber?
—No volverá a pasar —le aseguró Liana.
—Eso ya lo dijiste antes.
—Esta vez es verdad.
—¿En serio?
Liana guardó silencio un segundo.
—Ana, ¿conoces algún abogado que pueda enfrentarse al equipo legal de Nova?
Ana se tensó.
—¿Qué estás planeando?
—Quiero rescindir mi contrato con Nova. Firmé un acuerdo a largo plazo, muy desfavorable. Su equipo legal es fuerte y los abogados comunes no se atreven a tomar el caso.
Ana entendió entonces que no estaba bromeando.
—¿Eres realmente Liana?
—La misma de siempre.
—¡Esto sí merece celebrarse! ¡Mi amiga tonta y enamorada por fin despertó!
Ana estaba genuinamente feliz por ella.
De no ser porque Liana debía descansar, la habría hecho quedarse hablando toda la noche.
—Lo del abogado déjamelo a mí. Buscaré a alguien realmente bueno.
Antes de colgar, Ana la tranquilizó una y otra vez.
Después de hablar, Liana se sintió mucho más ligera.
Justo cuando el sueño empezaba a vencerla, entró otra llamada.
Era Xavier.
Contestó.
Con voz tranquila.
—¿Se le ofrece algo, jefe?
—Tráeme el medicamento para la alergia —ordenó él, como siempre.
—De acuerdo.
Colgó. Liana apagó el celular y se durmió sin preocupaciones.
Que alguien se hubiera hecho el héroe, bebido lo que era para otra persona y terminado con una reacción alérgica…
¿Qué tenía que ver eso con ella?