El vuelo transcurrió en silencio. Yo no tenía fuerzas para seguir discutiendo y él… él simplemente cruzó los brazos, miró por la ventanilla como si nada de lo que había pasado le importara realmente. A pesar de todo, a pesar del orgullo y la rabia, el cansancio me venció.
Me quedé dormida. Ahí, al lado de él, con el corazón enredado y la cabeza a punto de estallar. Ni siquiera me di cuenta en qué momento aterrizamos.
Desperté con el golpe seco del tren de aterrizaje tocando pista. Me incorporé sobresaltada. Miré a mi lado, Fabián ya tenía desabrochado el cinturón y seguía igual de frío, como si le diera igual si yo dormía o no.
No dije nada. Solo tomé mi bolso, bajé del avión y caminé rápido, directa a la banda de equipaje. Reclamé mi maleta con manos temblorosas y eché a andar con prisa, como si pudiera escapar de todo si caminaba lo suficientemente rápido.
—¡Ana! —gritó Fabián detrás de mí.
No me detuve.
—¡Maldita sea, Ana, PARA! —su voz tronó como un disparo.
Me giré con el ceño fr