El aeropuerto estaba lleno, ruidoso, indiferente a mi miseria interna. Caminé firme, con la maleta en una mano y el corazón en ruinas. Me detuve frente a una cafetería. Lo único que quería era un café, algo caliente que me ayudara a no derrumbarme ahí mismo, a media terminal.
La fila era larga. Avanzaba lento. Mi mente iba más rápido que cualquier paso. *¿Era todo verdad? ¿Solo fui otra más? ¿Otra a la que él le compra un vestido para llevarla a la cama y después desecharla?* Sentí un nudo en el pecho. Apreté los labios, tragándome las lágrimas.
—¿De verdad vas a ignorarme ahora? —escuché su voz detrás de mí, fría, dominante. No se rendía. Por supuesto que no.
No me giré. Seguí en la fila, fingiendo que no lo escuchaba.
—Ana —dijo otra vez, esta vez más cerca—. Deja de comportarte como una adolescente herida. Esto es entre adultos.
Me giré bruscamente. Lo vi ahí, con sus lentes oscuros aún puestos, su abrigo perfectamente entallado, y ese aire de superioridad que nunca abandonaba.
—¿Y